Por Manuel Ruiz Urrestarazu
Queridos amigos:
Gracias a la generosidad de mis compañeros de la Junta General del Colegio de Ingenieros de Montes, Junta de Gobierno y su Decano-Presidente, D. Eduardo Rojas Briales, recibo este año una inesperada y muy grata Medalla de Honor del Colegio por mi actividad en el Sector Público.
Cuando en junio de 1959 finalizaba en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza el primer curso común, Plan 1957 y ante el abanico de opciones para escoger la carrera a seguir, cotejé los programas de Ingenieros Agrónomos y de Ingenieros de Montes, decantándome enseguida por esta última en base a mis afectos hacia los árboles en el paisaje y a mis vivencias de niñez y primera juventud.
Mi familia vivía a caballo de Pamplona y San Sebastián y en las vacaciones de verano pasábamos temporadas en los pueblos guipuzcoanos de Berastegi y Antzuola. De Berastegi recordaba la recogida de hongos bajo los robledales de Aintzerga y Urto, en la muga de Leitza (Navarra) y el paisaje de valles y montañas que se veía desde la cima de San Lorenzo Larre, a la sombra de las hayas trasmochas que rodeaban a la ermita del santo. De Antzuola, situada más al oeste, la admiración de los caseros por las dimensiones alcanzadas por los pinos insignis del Pinal de Iraeta, comentando los cúbicos (m3) que tendrían.
En aquellos años las plantaciones de Pinus radiata D. Don, bajo la sinonimia entonces de Pinus insignis Douglas, se iban extendiendo desde Bizkaia hacia el este. La ola de frío continental de febrero de 1956, que abarcó casi todo el mes, tras un mes de enero muy templado en que los pinos insignis estaban ya brotando, heló los pinares de esa especie en los valles centrales y orientales de Gipuzkoa y se fomentó su sustitución por el alerce japonés, Larix kaempferi Lamb.; curiosamente resistieron a las heladas plantaciones de pino insignis en Álava situadas a 750 m de altitud en montes de Erentxun y Maeztu, como comprobaría ya de ingeniero, al no haber iniciado el período vegetativo aún.
Situado ya en el otoño de 1959 en la Escuela de Ingenieros de Montes de Madrid, única en España entonces, abordé el estudio de la carrera a la búsqueda de un saber y un hacer que me permitiera desarrollar el oficio de Ingeniero de Montes en esos montes y bosques que me habían acompañado con su hermosura.
Botánica, Geobotánica y Selvicultura fueron asignaturas que dieron cuerpo a mi imaginario anterior, procurando un desarrollo armónico del paisaje circundante de montes y bosques. Recorridos inolvidables por los montes del Valle del Tiétar, La Vera y Guadalupe de la mano de Luis Ceballos y Fernández de Córdoba, que repetí con mi mujer Eugenia Arana en nuestras bodas de plata, llegando luego hasta los pinsapares malagueños de Grazalema. Visitas desde Lourizán a los montes gallegos y jardines de sus pazos, guiadas asimismo por el Profesor Ceballos son memoria viva de una gratitud por sus enseñanzas y su persona.
En 1960 mi familia se traslada a vivir a Vitoria y allí, en Álava, amplié el conocimiento que tenía de los montes y bosques vascos. En un programa de colaboración de trabajos de verano entre la Escuela de Ingenieros de Montes y la Dirección de Montes de la Diputación Foral de Álava tomé parte en los mismos en el verano de 1964, junto con nuestro compañero Justo Mosquera González (q.e.p.d.).
Finalizada la carrera en 1965, trabajé en empresas de aprovechamiento forestal y de transformación de madera en Arrasate (Gipuzkoa) y Durango y Bilbao (Bizkaia). En paralelo, en julio de 1973 presento mi Tesis Doctoral en la Escuela de Madrid, siendo Director de la tesis el Profesor D. Juan Ruiz de la Torre, gran ingeniero y humanista, con el título de Especies Forestales Arbóreas en la Toponimia Vasca, aunando dos de mis aficiones principales, los árboles y las lenguas.
En septiembre de 1973 ingresé como funcionario en la Diputación Foral de Álava, trabajando en su Dirección de Montes, que desde 1979 se llamará Servicio de Montes, hasta febrero de 2008, en que me jubilé.
Bajo la guía de mi antecesor en el cargo, nuestro compañero Fernando Bruna Dublang, desbrocé los entresijos de la administración forestal, peculiares en Álava por la competencia en materia de Montes que había mantenido desde el siglo XIX y que recuperarían Bizkaia y Gipuzkoa en 1979, tras el paréntesis 1937-1979.
Haber trabajado en el sector público de la administración forestal de Álava, con una proporción de propiedad pública del orden del 79% de la superficie total de montes, procurando mantener e intentando acrecentar la vitalidad de sus cubiertas forestales, ha sido muy agradable.
Desde el verde tierno de los hayedos de montaña al verde oscuro de los encinales de suelos someros, desde los pinares naturales antiguos a los introducidos posteriormente, muchos colores del verde se tienden por los montes de Álava, pequeña provincia de un pequeño país, el vasco, que integra en sus bosques multitud de ecotonos en evolución constante, en secuencias de cambio a una con nuestro entorno. El País Vasco, como España entera, países aledaños y conjuntos más amplios, vivimos en simbiosis necesaria con nuestro entorno.
Esta Medalla de Honor viene a colmar las satisfacciones que la vida de Ingeniero de Montes me ha dado.
Gracias al Colegio, gracias a todos vosotros.