Las palabras que perdemos debido al abandono rural

El nuevo curso político se estrena en España con una polémica en torno al uso de las diferentes lenguas oficiales en el Congreso. Previamente, el Gobierno de España había solicitado a Bruselas el reconocimiento del vasco, catalán y gallego como lenguas oficiales de la Unión Europea. Más allá del ruido mediático, cabe preguntarse si realmente es importante la diversidad lingüística.

El campo de la izquierda, abandonado, alimentó a un incendio que murió por inanición al llegar a un olivar todavía gestionado.

¿Qué perdemos como sociedad cuando las lenguas languidecen y se erosiona su complejidad? ¿Se está realmente promoviendo la preservación de la diversidad lingüística desde las instituciones?

Conviene aclarar que no aportaré un análisis lingüístico porque quien escribe es ingeniero de montes. Me centraré, por tanto, en las implicaciones de la pérdida de diversidad de lenguas en la etnobotánica y el desarrollo de nuevas medicinas, sus consecuencias culturales e, incluso, las climáticas.

Diversidad lingüística y medicamentos

Solemos asociar la pérdida de diversidad lingüística con la extinción de una lengua. Pero, en ocasiones, basta con la desaparición de unas pocas palabras clave, aquellas asociadas con unos conocimientos básicos, para que la esencia de ese idioma o, por lo menos, la esencia de la cultura que encapsula, aquello que la distingue, desaparezca.

La lengua es la depositaria de los conocimientos que una sociedad tiene de su medio. Cada sociedad vive una realidad única, diferente a la de los demás, por lo que existen algunas voces irrepetibles en cada idioma. Es decir, palabras que solo se inventaron en una lengua y que son como pequeñas, pero vitales e irrepetibles, píldoras de conocimiento.

El ácido acetilsalicílico de las aspirinas proviene del sauce, la morfina de la amapola y la penicilina de un hongo. Los principios activos en muchos medicamentos proceden de distintas plantas y microorganismos, y fueron las sociedades rurales sus descubridoras iniciales.

Los antiguos egipcios, por ejemplo, aplicaban una cataplasma de pan mohoso a las heridas infectadas, un precursor de los antibióticos modernos, que se perdió en la oscuridad del olvido hasta el famoso descubrimiento de Alexander Fleming, hace ahora 90 años. Estos conocimientos botánico-fúngicos existen, mayoritariamente, en un único idioma y en una única sociedad, por lo menos hasta que son comercializados.

Un estudio reciente cuantificó que el 75 % de las 12 500 funciones medicinales que se han descubierto en las plantas de América del Norte, el Amazonas e Indonesia solo se conocen en una lengua. En la lengua de la comunidad indígena que descubrió la propiedad medicinal en cuestión. Es cierto que hay mucha superchería en torno a las plantas medicinales. Pero lo destacable es que si logramos conjugar el saber tradicional, con el tamiz de la ciencia, probablemente seremos capaces de desarrollar nuevas terapias contrastadas.

Amenazas a la diversidad lingüística: urbanización y abandono rural

Diferentes amenazas planean sobre este saber tradicional. Por ejemplo, un cambio en el estilo de vida de sus hablantes, donde la nueva realidad elimina la necesidad de usar las viejas voces.

En el caso de las comunidades indígenas antes comentadas, la principal amenaza está en que muchas están adoptando modos de vida urbanos (aunque sea en contra de su voluntad, como se ha documentado en numerosas ocasiones). En Europa, al igual que en otras zonas industrializadas del planeta, una de las principales amenazas a la diversidad lingüística la encontramos en el abandono rural.

Estamos perdiendo, a pasos de gigante, nuestras palabras y, por ende, nuestros conocimientos sobre el mundo rural y la naturaleza. Estamos hablando de esas actividades que han sido apartadas como consecuencia de la modernidad. Y así acabamos desnaturalizando nuestra cultura.

Más allá de los medicamentos, apenas nadie recuerda ya qué eran la trementina o la pez y, mucho menos, cómo se obtenían. Sin embargo, se trata de productos necesarios en un contexto de mitigación del cambio climático, porque tienen una huella de carbono infinitamente menor que los derivados del petróleo que los han sustituido. Algo parecido ocurre con la chasca, el barrujo, y un sinfín de productos forestales que hemos dejado de lado.

La pérdida cultural derivada de la erosión lingüística

Algunos dirán que la vida en el campo era muy dura y que la revolución industrial, primero, y la tecnológica, después, han permitido que vivamos con mayor comodidad. Pero estamos dando las espaldas a nuestras costumbres, a nuestras tradiciones y a la naturaleza. En esta búsqueda del progreso, nos hemos adentrado en un proceso de desconexión que nos lleva a la ignorancia de nuestro medio. Y eso tiene un precio.

Como en el incendio que azotó Portbou (Girona) este verano: la única razón por la que se quedó en 500 hectáreas fue porque el incendio avanzó hacia una de las pocas zonas que todavía quedaban pastoreadas. Gracias a ello, los bomberos pudieron frenar su avance que, si no, hubiera afectado a unas 3 000 hectáreas, según los cálculos de Bombers.

Los legisladores de las capitales viven de una forma absolutamente ajena a esta pérdida de voces y de lexicones, a esta pérdida de nuestra cultura. La defensa de las lenguas se queda en poco más que gesticulaciones, alharacas y aspavientos. Cualquiera que se quiera volver a dedicar a uno de estos oficios en fase de desaparición, que es la única forma de mantener vivas estas palabras, este conocimiento y esta cultura, sólo encontrará frenos administrativos y burocracia. No es que los antiguos oficios estén muriendo, si no que los están matando.

¿Queremos potenciar la diversidad lingüística? Un primer paso podría estar en condecorar a nuestros pastores. Están salvando el monte y, además, son garantes de una cultura milenaria que, poco a poco, va pereciendo asfixiada en los humos de la modernidad.

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