Por Froilán Sevilla, Ingeniero de Montes
A raíz de la pandemia que estamos padeciendo por el virus COVID-19 ha tomado protagonismo una idea que se podría resumir así: esta pandemia nos ha afectado debido a que el hombre moderno ha desequilibrado el funcionamiento de la naturaleza. Tiene una parte buena, la de reconocer la importancia de la biodiversidad y exponer la necesidad de una mejora en la relación del hombre con el medio, pero encierra una perspectiva que me gustaría ampliar: …
1.- La naturaleza nunca está en equilibrio. Las sociedades humanas, la economía o el clima, tampoco. En realidad, ningún sistema complejo. Es parte de su esencia.
2.- Los períodos de menor tasa de cambio relativa, en cualquier sistema complejo, se ven irremediablemente interrumpidos por otros de rápida transformación, que son desencadenados por factores endógenos (por ejemplo, multiplicación de un organismo o un virus) o exógenos (como el impacto de un meteorito).
3.- Para la naturaleza nada es mejor ni peor: lo es para los intereses y aspiraciones humanos. Lo que nosotros nombramos como catástrofes, pandemias o revoluciones ecológicas para la naturaleza son solo momentos de cambio más rápido, del que se beneficiarán unos organismos y otros perderán; pero sin consideración alguna sobre lo bueno y lo malo.
4.- Los seres humanos forman una parte sustancial del ecosistema planetario. No tiene sentido ningún planteamiento que los considere como algo distinto o separable.
5.- Los modelos ecológicos son simplificaciones de la realidad. Pero es crucial no olvidar que son subsidiarios de ella y no al revés: es demasiado fácil caer en la tentación de manejar la compleja realidad olvidándose de su comportamiento, que es caótico.
Indudablemente el hombre ha cambiado de forma sustancial los procesos ecológicos desde escalas de detalle hasta la global. Y tiene capacidad para hacerlo mucho más y de formas muy perjudiciales para nosotros mismos como especie. Las evidencias son ubicuas y no es necesario aquí abundar en ellas. Pero es importante buscar una mejora de la relación del hombre con el planeta sin caer en lugares comunes que bajo una apariencia científica supongan en realidad un retroceso en el conocimiento.
La quimera del equilibrio ecológico es muy peligrosa por sugerente y simplificadora: los seres humanos tenemos demasiada tendencia a creer en situaciones ideales, como muestra la persistencia de ideas como el paraíso en el más allá o incluso en la vida terrenal. Así, los experimentos realizados en muchos países de sustituir las complejidades del mercado por economías centralizadas y supuestas sociedades utópicas han dado lugar a reiterados fracasos, que no son circunstanciales sino algo intrínseco a simplificar en exceso sistemas que se habían desarrollado gracias a la acumulación de complejidades: sería demasiada casualidad teniendo en cuenta lo extendido de los fracasos y la ausencia de contraejemplos. Los riesgos asociados a los monocultivos y las locas carreras en que ecosistemas cada vez más simplificados son cada vez más dependientes del uso masivo de productos químicos de síntesis, son otra muestra de la peligrosa renuncia a las complejidades de la existencia.
En el ámbito científico, la tendencia a la especialización en un reducido campo de investigación tiene la ventaja de que al profundizar en el conocimiento resulta patente la complejidad, pero es muy importante huir de las aproximaciones meramente reduccionistas: no se puede olvidar que la realidad es una y lo único segmentado es nuestra limitada comprensión. Por eso es necesario integrar distintos campos y aproximaciones dentro de una disciplina; por ejemplo, dinámica de poblaciones, flujos de materia y energía, genética, historia ecológica, socioeconomía rural y global, etc. La ecología tiene una vocación integradora que es incluso la base de su existencia, y por eso son especialmente absurdos algunos planteamientos simplificadores como los que pretenden explicar la dinámica de los ecosistemas europeos de forma separada a la de las sociedades humanas.
El reduccionismo y la simplificación forman parte de la esencia del método científico porque, si no, los análisis resultan inabordables. Pero siempre se deben tener presentes las consecuencias de la limitación del ámbito de estudio y ser conscientes de que se obvian una parte de las complejidades, para no sucumbir a la tendencia de tomar los modelos como sustitutos de la realidad: son representaciones imperfectas que necesitan continua mejora, y no solo en los datos y ajustes de modelos, sino con frecuencia completos cambios de enfoque.
En ecología terrestre, el ideal de equilibrio está representado por la clímax que, en terminología de Ortega y Gasset, sería un no-lugar que se pretende adoptar como referencia para todos los lugares. El concepto de clímax, y el más general de equilibrio ecológico, suponen un reconocimiento de la complejidad; pero se tratan como “cajas negras”, constructos intelectuales que sirven precisamente para no profundizar en algo que paradójicamente convierten en una parte fundamental de las teorías que acogen estos conceptos.
Aunque la clímax y otras formas de equilibrio formaron parte del núcleo original del desarrollo de la ciencia ecológica, son conceptos que deberían estar ya superados pero se siguen utilizando en la formación de las nuevas generaciones lo que supone una rémora para su avance. Tal es el caso de algunos hábitats de la Red Natura, para los que se utilizó la climax como base conceptual de su estrategia de conservación: aunque asumió la idea de que más avanzado sucesionalmente no implica siempre mayor valor ecológico, lo hizo desde una perspectiva en exceso estática, cuando los ecosistemas son puro dinamismo.
En el concepto de equilibrio hay mucho de observación desde lo ajeno. Es lo que le puede parecer a un inmigrante pobre recién llegado a una sociedad opulenta. O a un campesino al que el bosque cercano le resulta inmutable, mientras que el leñador conoce mejor sus procesos y sabe que los árboles no se mueren de forma continua, sino a saltos en tiempo y espacio. Para los científicos, los ecosistemas no estudiados se pueden considerar en equilibrio como unas condiciones de contorno del efectivamente analizado; pero al profundizar en la dinámica de este lo que se observará siempre son variaciones caóticas de diferente escala y amplitud, superpuestas a otras cíclicas.
Lo que es cierto para los ecosistemas a todos sus niveles, incluido el planeta en su conjunto, también lo es cuando se analizan poblaciones, de virus o de organismos: sus poblaciones fluctúan con variaciones caóticas. Las cifras de población humana, crecientes a un ritmo “pandémico” desde el desarrollo del capitalismo global a principios del siglo XVIII, no podrán escapar a esa tendencia universal, fruto de la acción conjunta de muchos factores. El rápido crecimiento demográfico de los últimos 3 siglos ha sido posible gracias a unas mejoras materiales a las que muy pocos están dispuestos a renunciar. Además, de momento se cumple la tendencia general de que cuanto mejor vivimos, menos hijos tenemos, y esa no es una cuestión menor en ecología. El desarrollo tecnológico –que nos ha permitido esquivar, amortiguar o retrasar las fluctuaciones caóticas en la curva demográfica– no debe deslumbrarnos en cuanto a nuestras infinitas capacidades, pero en todo caso es la única opción no retrógrada que tenemos. Y hay que asumir que ni siquiera en un aspecto tan básico podemos evitar a largo plazo oscilaciones bruscas e inesperadas.
No hay forma de encontrar un correlato satisfactorio entre el concepto equilibrio y lo que realmente sucede en la naturaleza. Salvo que se adopte una definición de equilibrio antropocéntrica, en la que todos los cambios son compatibles con él excepto los provocados por las actividades humanas; algo que, camuflado de distintas formas, se busca denodadamente. La idea de menor tasa relativa de cambio no deja de ser incompleta (recoge solo una parte de los procesos inherentes a sistemas complejos), provisional (hasta que acaezca un cambio profundo) e inexpresiva (es un tema cuantitativo y no cualitativo).
En la cosmovisión en la que fermenta la quimera del equilibrio, la actual pandemia toma para algunos la forma de un castigo bíblico, por haberse desviado la humanidad del camino recto. Para mí el mayor peligro que encierra esta idea es que podemos caer en un retroceso en la ciencia ecológica y por tanto en las soluciones. Cierto es que necesitamos reformar en profundidad nuestra forma de relacionarnos con el planeta Tierra. Que no es sostenible el uso que hacemos de los recursos. La civilización debe sustentarse fundamentalmente en el uso de materias primas y energía renovables. Tampoco es admisible el incremento de la contaminación del último siglo, de lo que el cambio climático es solo una de sus derivadas.
Pero debemos conjugar la imperiosa necesidad de revertir la senda de autodestrucción ecológica con la aspiración de los seres humanos a tener una existencia menos sujeta a la intemperie. Algo que no es fácil con 7.800 millones de personas que en su mayor parte carecen de lo que en Europa consideramos “mínimos vitales”, y a las que por supuesto no se les puede ofrecer como perspectiva mantener sus estrecheces; aunque me temo que también son escasos los sacrificios dispuestos a hacer por los que ahora tenemos una existencia más desahogada.
La única solución al gigantesco desafío ecológico, inseparable del socio-económico, es más ciencia y más integración mundial, no lo contrario. La globalización no es sino la expresión de la mejora de la riqueza material, y de la misma forma que genera muchos problemas, un mundo altamente conectado supone una oportunidad que no tuvieron anteriores generaciones. Las epidemias, incluso mucho más letales, inevitablemente se difunden, como prueban los registros históricos desde hace miles de años. La rapidez con que actualmente se extienden los patógenos tiene su contrapartida en la capacidad global de transmisión de información y unas posibilidades antes desconocidas para su almacenamiento y procesado. La mejora del conocimiento es nuestro único camino, y el retroceso a mitos pretéritos es uno de los peligros de una sociedad temerosa ante los inevitables cambios.
Hay que asumir la incertidumbre como algo esencial y evitar en los atribulados tiempos renegar de la ciencia y preferir el refugio en utopías, tan confortables para nuestro espíritu como desincentivadoras de soluciones realistas. Estas difícilmente pueden llegar en forma de recetas: cada situación concreta y cada problema planteado deben tener una respuesta adaptada, lo que exige mayor conocimiento.
En definitiva, hay que asumir socialmente que la incertidumbre y las variaciones caóticas son inherentes a los sistemas complejos. Es la única forma de no caer en discursos apocalípticos o que pretenden ofrecer una falsa seguridad, que a pesar de parecer opuestos son las dos caras de una misma moneda: la simplicidad.
Te puede interesar
Froilán Sevilla: “Hemos fracasado en gran medida en diseñar unos bosques bonitos”
Suscribo íntegramente el contenido de esta reflexión de Froilán Sevilla. Profundiza con solvencia en los peligros de la simplificación de los procesos ecológicos, en los mitos e idealización de la etapa clímax y en el maniqueísmo de lo «bueno» y lo «malo» en ecología. Finalmente, comparto la idea de evitar la añoranza de paraísos perdidos, opuestos a la globalización, como solución a los problemas de casi 8.000 millones de personas. Lo cual no excluye mejorar ostensiblemente nuestra relación con la naturaleza, a la que estamos inevitablemente ligados.
Acabo de leer este artículo del blog del colegio y personalmente no lo considero muy acertado, explico mis motivos:
Mi impresión: Me parece que no es un artículo acertado, lo que se ha dicho que la falta de biodiversidad nos hace más propensos a enfermedades por lo que he leído no son simplificaciones si no declaraciones de científicos del CSIC basadas en estudios científicos, un ejemplo:
«Como recuerda Valladares, hay varios trabajos y estudios científicos que relacionan claramente la pérdida de biodiversidad con un aumento del riesgo de zoonosis -enfermedad animal que se transmite a los humanos» Fuente: https://www.rtve.es/noticias/20200605/proteger-medio-ambiente-mejor-vacuna-frente-pandemias-estan-venir/2015455.shtml
Otro ejemplo de la UNESCO: https://en.unesco.org/events/covid-19-and-its-link-biodiversity-illegal-wildlife-trafficking-and-bioculturality?fbclid=IwAR0r7oTsg9vikIDpiI8MSqkZ5WRLQ31_wvqRWCz7T6eHZUSLDqtVsN-cItg
Un articulo de la Organización Mundial de la Salud (OMS): https://www.afro.who.int/news/world-environmental-day-impact-covid-19-pandemic-biodiversity-focus?fbclid=IwAR3PTe_fSn-fic0LfsYliWQgCVwVGqCpBdNoXjUwq1b_ChFmpdYar0chmog
O de Naciones Unidas: https://news.un.org/en/story/2020/05/1064752?fbclid=IwAR0ZGxeYEsnqlJpkXV1dfnODrB13kbghpTsn6UI9CLE8KrdsFg7yqYq6EQw
Otra cosa que no considero muy acertada, es el punto «1.- La naturaleza nunca está en equilibrio. Las sociedades humanas, la economía o el clima, tampoco. En realidad, ningún sistema complejo. Es parte de su esencia.» creo que son términos distintos, una cosa es que la naturaleza sea fija e inmutable (cosa que no sucede) y otra que esté en equilibro.
Muy buen artículo de Sevilla. La verdad es que no nos despegamos del mantra del “equilibrio”, ya que como comenta, nos da una falsa sensación de seguridad, basada en un simplismo similar a la fe religiosa.
Y luego muchos tienden (o tendemos) a llevar el agua a nuestro molino en cuanto hay oportunidad…
Personalmente a mí, “Una teoría ecológica para los montes ibéricos”, me hizo dar un salto enorme en la comprensión del funcionamiento de la naturaleza. Ya que con los modelos deterministas simples y lineales, como los de la fitosociología, poco tenía sentido cuando pateaba el monte y percibía que todo era cambiante.
Y lo bueno del enfoque en sistemas complejos y caos que usa Sevilla es que es aplicable a buena parte de realidad que nos rodea. Vaya, el que habla como un fervoroso creyente ahora soy yo…
Para quien quiera iniciarse en el pensamiento complejo recomiendo el libro “Caos: una breve introducción” de Leonard A. Smith (2007). Pongo su párrafo final, que me parece sugerente y que viene al caso:
“La ciencia busca su propia inadecuación; en ciencia, sobrellevar la incertidumbre constante no es una debilidad, sino una ventaja. El caos ha traído nuevos aires a nuestro estudio del mundo, sin por ello aportar modelos perfectos o soluciones definitivas. La ciencia está hecha de retales y, por algunas costuras, deja pasar el aire.
Al principio de la película Matrix, Morfeo se hace eco de las palabras de Eddington que inician este último apartado:
Ésta es tu última oportunidad. Después, ya no podrás echarte atrás. Si tomas la pastilla azul, fin de la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedaras en País de las Maravillas, y yo te enseñaré hasta donde llega la madriguera de conejos. Recuerda, lo único que te ofrezco es la verdad, nada más.
El caos es la pastilla roja.”
Un saludo.
Llevábamos un verano relativamente tranquilo en cuanto a incendios forestales en España, cuando al parecer se ha reactivado su aparición en los medios con Huelva, Extremadura, etc.. (no todo es coronavirus). Inevitablemente se vuelve de nuevo a hablar de pirómanos.
No me extraña nada, pues el tema del fuego en la naturaleza es objeto de gran atención mientras este se produce aunque, al extinguirse el mismo, desaparece todo interés y no se hace ningún esfuerzo de reflexión, documentación ni consulta a los entendidos en la materia, y mucho menos de adopción de medidas preventivas para aminorar las desgracias en el futuro.
Todo el énfasis político y periodístico se pone en la presencia de incendiarios que provocan los fuegos. Y éste es el punto casi exclusivo de la mayor parte de la información en España, repito, durante el desarrollo del incendio.
1. La existencia de incendiarios humanos podría deberse a alguna de estas razones teóricas:
a. Enfermos mentales, en mayor o menor grado.
b. Venganzas vecinales.
c. Sabotajes de motivación social o política.
d. Ser contratados para las labores de extinción o repoblación.
e. Aprovechamiento de los terrenos deforestados.
f. Aprovechamiento de la madera no consumida.
La única razón incontestable es la a., pues locos incendiarios los ha habido siempre y siempre los habrá. La b. (de no estar incurriendo a la vez en la a.) es muy poco probable. Un fuego que empiece en las propiedades del vecino puede acabar causando el arrasado de las propias. La c. tiene pocas probabilidades, aunque no es desechable. La d. también es posible, pero su importancia forzosamente es muy poco notable, por simple cuestión de números de personas. La e. y la f. no tienen sentido, dada la legislación actual sobre ambas materias.
De forma que la única caracterización de los supuestos incendiarios sería la de perturbados, más o menos influenciados por razones sociales, políticas o crematísticas.
2. Sin negar la existencia de incendiarios, el número y volumen de los incendios, que habitualmente se producen en tramos de tiempo cronológico y climático muy determinados, no responden a una distribución creíble de provocadores voluntarios ni involuntarios. ¿Por qué prácticamente solo se denuncia a los incendiarios en las épocas en que concurren condiciones para que un fuego se pueda propagar? ¿O es que hay realmente incendiarios en todo momento del año aunque al no prosperar los fuegos, nadie se ocupa de ellos? Esta solución sería más lógica estadísticamente que la primera pero, si conocemos el campo, sabemos que no es que no se extienda el fuego “fuera de estación”, es que casi nunca se inicia ningún fuego terminada la estación seca.
3. La ignorancia de los habitantes españoles de ciudades de las condiciones forestales y hasta de las agrarias bajo condiciones extremas de temperatura y sequedad hace que, en España, los términos combustión espontánea, combustión lenta, ignición natural, acumulación de gases combustibles y otros, sean absolutamente desconocidos para el gran público (repito habitante de ciudades). No es que esto sea especialmente llamativo, porque la ignorancia ciudadana se extiende sobre todos los aspectos positivos y negativos del campo, su población, sus cultivos y su ganado. La “concienciación ecológica” de los habitantes de las ciudades no tiene nada que ver con un conocimiento real del campo. Salvo en Galicia y el Cantábrico, donde se mantienen en mayor medida los lazos familiares y las costumbres comunes a la ciudad y el campo, la verdad es que, en el resto de las ciudades españolas mayores de 50.000 habitantes se vive totalmente de espaldas al campo. Esto supone solamente unos 26 del total español de 46 millones de habitantes, pero se trata de la población a la cual van dirigidos casi absolutamente los mensajes publicitarios, los programas y la planificación de las empresas, de los medios de difusión, de los partidos políticos y de los mismos gobiernos centrales y autonómicos.
4. Se hace mención continua en los medios a la simultaneidad y localización de los focos de los incendios en una región determinada, como prueba irrefutable de la existencia de “un plan incendiario”, y no se advierte que esto no excluye en absoluto su posible origen natural, sino que, al contrario, más bien lo señala. Debemos considerar que un valle boscoso, con zanjas o torrentes donde se acumula vegetación seca y gases productos de la descomposición, en condiciones de temperatura elevada durante semanas y extrema sequedad, se asemeja al fondo de una olla cuya agua va calentándose lentamente, hasta alcanzar el punto de ebullición, surgiendo entonces a la vez en varias zonas cercanas de su fondo el desprendimiento de vapor de agua en la olla y de gases combustibles en el bosque. No es necesario imaginar un pirómano o grupo de ellos recorriendo a toda velocidad el fondo de la olla ni el fondo del bosque.
5. De manera importante, el énfasis que los políticos locales y los periodistas interesados política o sensacionalistamente ponen en los incendiarios permite explicar simplistamente los fuegos, para que la reacción indignada del público haga olvidar la falta de medidas preventivas inexistentes, y evitar que se afronte la realidad de los procesos naturales, cuyo estudio requiere bastante esfuerzo y poca pasión. Cuando se proclama enfáticamente “En el 96% de los incendios forestales está la mano del hombre”, se está prestando torticeramente soporte a la persecución de los supuestos incendiarios, evitando así todo análisis ulterior. Si en ese 96% se incluyera la “mano muerta” de funcionarios y políticos como responsables directos, tal vez esta cifra fuera más creíble.
6. Esta atribución pública a los incendiarios es un respuesta típica española, que no es compartida por los demás países del mundo donde ocurren éstos o mayores siniestros (California, Australia, Siberia…). Ni siquiera por los más próximos, como Portugal, Francia o Italia, donde los fuegos forestales tienen ciertas semejanzas con los nuestros.
7. Por encima de lo indudablemente peligroso y antieconómico que es el fenómeno de los incendios forestales, es preciso analizar algo de qué peligro y qué ruina económica estamos hablando. La urbanización de zonas boscosas secas trae consigo sin duda que todo incendio en su proximidad no se va a limitar a acabar con la vida animal y vegetal salvaje que puebla dichas zonas, sino de incendiar granjas, instalaciones mayores o segundas residencias, y de dañar a sus habitantes, que aparentemente se habían adaptado muy bien al ”hermoso entorno natural”. Esta urbanización más o menos “ecológica” no tuvo en cuenta que el incendio forestal es inevitablemente una fase de la vida del boque, que periódicamente renueva su existencia, pasando por la muerte de la mayor parte de sus habitantes, para que otros nuevos les sucedan.
8. Los incendios de los bosques, los terremotos en las zonas sísmicas, las inundaciones fluviales y las tormentas marítimas son fenómenos altamente periódicos. Su previsibilidad en el tiempo solo puede ser aproximada, pero la duración del período entre catástrofes no es la misma en un bosque seco que en otro húmedo, en una zona muy sísmica que en otra estable, en un cauce regular que en otro con régimen de torrentera, en un mar frío que en otro cálido. Que quede claro que el evento violento (con toda la energía de la Naturaleza) ocurrirá tarde o temprano, una y otra vez. Que dicho evento constituya una catástrofe, es evidentemente un concepto antropomórfico, no natural. Que la catástrofe sea humanamente muy dolorosa, depende de las medidas preventivas estables que la población haya desarrollado para dichos eventos naturales.
Toda la “doctrina oficial” sobre los supuestos incendiarios me hace recordar que, en el siglo XV, evidentemente había algunas mujeres que se creían brujas y podían hasta cometer algún delito contra sus vecinos, pero esto sirvió a las autoridades para hacer recaer una gran persecución sobre miles de mujeres, al atribuírseles la responsabilidad de fenómenos tan incontrolables ese siglo como la peste, las hambrunas, las tormentas o todo tipo de males sociales.
Le saludo afectuosamente,
José M. Álvarez Jubete
DNI 10773404C
Pingback: Froilán Sevilla: “Hemos fracasado en gran medida en diseñar unos bosques bonitos” - Blog del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes