Por Rosana López Rodríguez. ETSI Montes, Forestal y del Medio Natural, Universidad Politécnica de Madrid.
A finales de 2021, después de casi tres meses de la erupción volcánica en la isla de la Palma, y tras las imágenes impactantes de lava incandescente y nubes de ceniza, de casas sepultadas por la lava y de familiarizarnos con términos como fajana, las redes y los medios de comunicación nos empezaron a mostrar fotos sobre cómo se recuperaba la vida en la isla.
Las masas de pino canario que rodeaban el volcán y donde varios metros de ceniza cubrían el suelo, con árboles que se habían quedado sin ramas o, en el mejor de los casos, totalmente defoliados por el fuego y los gases tóxicos, mostraban su resiliencia al rebrotar. Y así veíamos pequeños y tímidos brotes verdes en los troncos negros. Brotes que han empezado también a tapizar los troncos de los pinos quemados en Tenerife tras los incendios de este verano y que harán que los pinares se recuperen pronto.
Y es que, sin duda, dos de las características más notables del pino canario son su capacidad de rebrote y cicatrización, propiedades que le permiten recuperar la copa y la capacidad fotosintética en poco tiempo tras perturbaciones severas como son volcanes e incendios. La facultad de rebrotar en esta especie está ligada a su evolución en un entorno modelado por eventos volcánicos más o menos devastadores, con emisión de piroclastos a largas distancias, causantes de daños traumáticos en la parte aérea de muchos pies, los cuales serían eficazmente restañados.
Comparándolo con otros pinos mediterráneos, la capacidad del pino canario de brotar de cepa y emitir brotes epicórmicos (aquellos que crecen a partir de yemas durmientes situadas en la base del tronco y de las ramas), potencial de cicatrización y el mayor contenido de resina en el duramen parecen estar relacionadas con algunas características anatómicas del xilema, en particular con la presencia de abundante parénquima axial y radial (tejido que sirve entre otras cosas como almacén de sustancias de reserva) y un número elevado de canales resiníferos.
El pino canario, especie forestal por excelencia en el archipiélago canario, lleva conviviendo con volcanes desde hace al menos 14 millones de años. El vulcanismo, responsable de la formación de las Islas Canarias, junto con el aislamiento de las islas han influido en la historia evolutiva del pino canario. Si bien, su distribución actual es también el resultado de una intensa actividad humana.
La colonización europea del archipiélago en el siglo XV supuso la aceleración de la regresión de los pinares iniciada por los aborígenes. Las cabras y el impacto de aprovechamientos excesivos de madera, leña, resina y pez resultaron en la deforestación de grandes extensiones, en la fragmentación de las masas y en la desaparición de individuos monumentales. En la actualidad apenas nos quedan unos vestigios de aquellos gigantes pasados, como el pino de Vilaflor al Sur de Tenerife, con más de 60 metros de altura.
A mediados del siglo XX, sin embargo, se emprende una intensa labor de reforestación y, como consecuencia, la especie vuelve a conquistar el territorio. Muchos de los pinares que vemos hoy en día son fruto de estas repoblaciones y de la reordenación forestal realizadas entre los años 40 y 80 del pasado siglo, por ello son poblaciones jóvenes. En la mayoría de los casos, la gestión de estas plantaciones ha sido insuficiente y nos encontramos con masas muy densas, coetáneas, con poco regenerado y, lo que quizás sea más preocupante en algunos casos, fructificación escasa que pone en riesgo la persistencia futura de la masa.
La reciente erupción de Cumbre Vieja en La Palma, o el estudio realizado en los pinares cercanos al cráter de Hoyo Negro tras la erupción del volcán de San Juan en 1949, también en La Palma, nos muestra como el pino sobrevive al fuego volcánico. Los pinares se han recuperado también de incendios devastadores como los de 2007, en los cuales se quemaron casi 36.000 ha de superficie forestal (más del 6% de la superficie forestal de las islas).
Rebrote, cicatrización y una gruesa corteza permiten que casi todos los individuos persistan, pero el consumo de reservas que ello implica puede comprometer durante unos años la capacidad de resistencia frente a perturbaciones posteriores. Así, durante la sequía de 2012, se registraron extensos episodios de mortalidad de pinos canarios en el sur de Gran Canaria. Es aquí donde se encuentran en la actualidad las poblaciones que habitan los sitios más secos, en un ambiente desértico y donde la precipitación horizontal raramente llega.
En Tirajana, por ejemplo, con una precipitación media anual de menos de 200 mm, casi el 35% de los pinos canarios murieron tras dos años consecutivos muy secos en los que la precipitación fue ligeramente superior a 150 mm, a pesar de que estas poblaciones han demostrado ser más resistentes a la sequía que otras situadas en lugares más húmedos, con mejores suelos y donde los vientos alisios llegan cargados de humedad. No hubo durante el periodo 2011-2013 muchos incendios en la zona pero si los hubiera habido, las consecuencias habrían sido devastadoras.
En Tenerife, en el parque natural de la Corona Forestal, se viene observando un proceso de decaimiento avanzado en las masas situadas por encima de los 1.850 m de altitud desde hace más o menos una década. La escasez de nieve por un aumento global de las temperaturas, olas de calor y sequías más largas y severas, unidas a incendios en su mayor parte de origen antrópico, al uso no sostenible del agua de las galerías subterráneas y a la falta de gestión de los pinares, están comprometiendo el futuro de unas masas que son capaces de resurgir de las cenizas de un volcán pero que ven amenazada su supervivencia por el cambio climático y la falta de fondos para una gestión forestal adecuada.
Más allá del impacto visual que pueda tener un bosque moribundo a las faldas del Parque Nacional más visitado de España, el papel de estos pinares de repoblación en la regulación del ciclo hidrológico, como freno de los procesos erosivos y como hábitat de especies de fauna y flora endémicas ha de ser debidamente reconocido. Destacar en este sentido la labor del Gobierno de Canarias y de los Cabildos de Tenerife y Gran Canaria por poner en valor al pino canario y por su apoyo durante estos años a nuestra labor investigadora para conocer mejor a la especie e intentar mejorar la gestión de las masas desde el conocimiento científico. Esperamos llegar a tiempo.