Por Juan Carlos Costa Pérez, Ingeniero de Montes
Descarbonicemos la energía. Abandonemos las energías fósiles y las atómicas. Bienvenidas las energías alternativas. Pongamos en marcha proyectos para producir energía eólica. Cielos. Cientos de aves chocan contra las aspas de los gigantes ventiladores. Cáspita. Los paneles están deteriorando el paisaje y afectan a lugares de interés para las aves.
El viento sopla donde sopla y coincide más o menos con el sitio por donde se mueven muchas de nuestras aves. Cada año millones de ellas cruzan el estrecho de Gibraltar, precisamente, porque es estrecho. Y ello hace además que el viento se encajone entre las torres de Hércules. Ideal para poner aerogeneradores. Ideal para que las aves crucen de continente. Mal empezamos. Ni las aves van a cruzar por Motril ni los aerogeneradores van a funcionar en Motril. Conflicto.
Y el sol da donde da. Paneles fotovoltaicos o termosolares en Galicia, bueno si, es posible, pero … muchos días nublados. Así que en la España soleada mejor. Y dentro de esa España hay mucho terreno. Bueno no tanto. Sol y agricultura con agua, inviable. Un panel por muy fotovoltaico que sea no puede competir con un buen naranjal, un campo de fresas o un olivar virgen extra. Un secano, claro, un secano malo, de pan llevar. Un terreno agrícola marginal. Justo el sitio para poner paneles. Pero mira por donde ahi, precisamente, es donde vive la naturaleza marginal. La que no ha sido eliminada, desplazada, acosada, por otra agricultura no marginal y por el bosque de hormigón, la que da dinero y mano de obra y riqueza. Lo marginal ya no lo es tanto, porque muchas de nuestras especies ya viven en barrios marginales, al margen del hormigón, del asfalto, de los herbicidas, de los nematicidas y de la labranza hasta llegar a la nuez de la tierra.
Y surge el conflicto. Lo que antaño era terreno sin valor ahora vale y además tiene precio. Eólicas, solares. Pero ya no hay otro sitio para que las especies refugiadas en estos terrenos puedan irse a otros más marginales. Ya no hay terrenos marginales. Todos valen. Paisaje, lobos, coscojas, setas, senderos, rocas, todo tienen valor. Descarbonicemos la energía. Y ahora también despanelemos y desventilemos. Nuclear, no gracias. Empieza a no haber alternativas. Todo tiene un coste ambiental. Nucleares, no gracias, ¿seguro?
Volvamos al drama de lo marginal, de lo despoblado. El paisaje ya no solo se divide en hiperpoblado y despoblado, y en vaciado y lleno. También en productivo e improductivo, desde la economía mas simple, la del euro. A más hiperpoblado y más productivo menos paisaje virginal y menos biodiversidad. La madre de todas las biodiversidades vive arrinconada en los despoblados paisajes de la España vaciada para unos y vaciable por inanición para otros. Campamentos de refugiados de la naturaleza viviendo entre los escombros de la civilización.
Y lo que no valía ahora si vale. Y dile tú a las avutardas y a la mariposa y al sisón y al paisaje que ya no tienen adonde ir. Porque la tierra se ha vuelto solar; ya no hay tierra solo soporte, terrazo, piso. Si, vale, la biodiversidad, el paisaje, el canto del cisne. De eso no se vive, a lo mas se sueña. Los sueños de unos las pesadillas de otros. El lobo. La biodiversidad vive arrinconada en lo que hasta ahora no nos ha sido lo suficientemente útil como para sobreexplotarlo, sobremasificarlo y sobreurbanizarlo: la estepa, el bosque, el matorral, el pedrusco y los campos de amapolas. Lo otro, lo fertil, ha sido contaminado, urbanizado, hormigonado, asfaltado y cultivado hasta la extenuación, hasta la extremaunción en algunos casos. Todo un reto vivir entre girasoles hiperhormonados, entre olivares de exposición o entre pimientos plastificados. Algunos, muy pocos, lo hacen. El resto, los más, se van. ¿Adónde? Al margen, como las anotaciones en las cuartillas o los agujeros del folio para las anillas. Al margen del margen, del margen económico, del margen poblacional, del margen energético y del margen productivo.
Pero ahora lo marginal también es objeto del deseo. Del deseo del lobo, del oso, del enebro y de la sabina, de la avutarda, de la alondra ricotii y, sobre todo, del Homo urbaniensis, del urbanita. Y del deseo de las energéticas, porque es barato y vale para lo que queremos, descarbonizar y desatomizar. Y del deseo de los pastores, especie en extinción a las que obligamos a conservar especies en extinción aun a costa de su propia extinción. Y ambas especies al final se extinguirán, como el Dodo de la España vaciada, pastoril y rural.
Una España rural reinventada con sus 5G, sus casas con encanto, sus alimentos superorgánicos y sus nuevos habitantes urbanos, atraidos por lo rural que ellos mismos critican como medio de vida porque a veces les altera lo que ellos han venido buscando: la paz, el paisaje, la biodiversidad, el vuelo del buitre, la flor, el oxígeno y al artesano que hace zuecos sin que se le permita cortar la madera para los zuecos: como mola. La filosofía del “comomolismo”. El lobo si, como mola tan gris. La oveja si, como mola tan blanca. El cerro del fondo si, como mola sin ventiladores. El secano sin quimicar si, como mola con sus saltamontes y sus amapolas. El pastor, el agricultor, como molan con su rusticidad artesana. Arte sana.
La desgracia de la naturaleza pobre es que debe seguir siendo pobre porque es su condición. Aristóteles. Las cosas son como son asi que otra vez el conflicto, la crisis. Oveja o lobo. Avutarda o panel fotovoltaico. Aerogenerador o buitre. Oxígeno o carbono. Frio o calor. Playa o mar avanzando en un horizonte de tierra dentro. Pierde la avutarda, el lobo, el saltamontes y el paisano o gana la despoblación, el carbón, las nucleares y la ganadería industrial. Elige. ¿Consenso?, entonces pierde el paisano, el lobo….etc. Pierden, como ha sido desde el inicio de la historia, los deseheredados de la economía.
Y al final la vieja división romana, el agro y el resto. Lo rico y lo pobre. Lo urbano y lo despoblado. Ya no hay una España vaciada. Hay una España abarrotada y otra condenada a seguir vaciándose. Porque la urbe necesita a la avutarda, al lince, al sisón y al visón, ¡ojo europeo!, y estos no viven en el parque del Retiro, ni en Bilbao, ni en Alcobendas. Viven en un parque temático para disfrute de los visitantes y no pocas veces castigo de los residentes. Porque la urbe quiere lo rural como un belén, con sus pastorcillos, sus lavanderas y su pesebre, eso si, con su calefacción y su piscina para disfrute del nuevo niño Jesús venido de la ciudad a teletrabajar. Y que no le toquen el paisaje que ve desde su ventana.
Y ese nuevo Mesías, urbano, ecologista, vegano, hipster, politodo, tiene unos nuevos diez mandamientos lleno de pecados a evitar para ganar un cielo descarbonizado, biodiverso, paisajístico y exento de cáncer de colon: no cortarás, no podarás, no ararás, no recolectarás, no aprovecharás, no tomarás el nombre del paisaje en vano, no cazarás, no torearás, no agroquimicarás y no regarás, porque el agua, la perdiz, la tierra y el aíre son nuestros. Y todo ello con el clásico supremacismo de la religión de los elegidos. Y, como pasa en todas las religiones, el consenso no existe, sólo la condena.
Y mientras, la nueva religión se impone. La avutarda se come los garbanzos. Girasol si, pero ecológico, para mis palomitas Netflix. Las grullas del atardecer se comen las bellotas. Y los lobos matan las ovejas. Los ganaderos que se defiendan con mastines para evitar las fiestas nocturnas de lobezno y compañía. Para eso les pagamos. Subvención. Y por qué entonces no pagamos a los de los garbanzos avutarderos. Y los del arroz comido por los calamones. Y a los de las aceitunas comidas por los zorzales. Y a los de las dehesas cuyas bellotas son comidas por las grullas. Y el coto de caza que no se caza porque hay lince.
Donde acaba. No se paga, pero impongo. De consensos ni hablamos. La religión nunca fue de consensos. Te cambio un pecado mortal por tres veniales. El consenso era el purgatorio y ya no existe.
Y acaba donde empezamos. Hay un algo de estructura económica que ya no funciona. Países ricos que imponen a los países pobres la conservación de su naturaleza, conservada precisamente porque son tan pobres que no la ha podido ni destruirla. Países ricos que culpan a los pobres por destruir su naturaleza, destruida porque son pobres y necesitan comer y beber, como nosotros, aunque menos claro. Regiones sin lobo que imponen a las que lo tienen su conservación. Baleares quiere lobos en Cantabria y Alemania quiere selvas en Brasil. Los países y las regiones que acabaron con su biodiversidad imponen a los que aún la tienen que la conserven. Sostenibilidad impuesta. Todo por el planeta para un planeta solo de algunos. Urge la redistribución de las cargas y de los beneficios. La parábola de aquél que tiraba su basura al solar de al lado y luego le denunciaba por tenerlo sucio. Yo impecable, tu un guarro. Tu conservas yo saco fotos.
Urbanitas que imponen al mundo rural sacrificios para que ellos puedan ir los fines de semana a ver, o a creer ver, un lince, una rana o un árbol parecido a una sabina. El 84% de España es territorio rural y en él vive un 16% de la población. Es la nueva lucha de clases. La derivada de una visión esquizofrénica del mundo, del territorio, del planeta y de sus recursos naturales. Unos recursos que pueden extraerse sin contemplaciones ambientales en los países pobres mientras son usados por los países ricos para poder denunciar a través de su móvil, lleno de metales tercermundistas, a esos mismos países pobres por su agresiva minería.
Se exportan los problemas ambientales. Conciencia tranquila. Son cosas de esos países expoliadores, porque aquí de cortar un árbol nasti, de explotar una cantera o una mina, nasti de nasti, de fabricar papel nasti de nasti de nasti. Para eso están los países del inframundo, los que criticamos por su deforestación mientras utilizamos su madera en nuestros muebles y su papel higiénico en nuestro trasero. Eso si, todo de bosques sostenibles, porque allí la sostenibilidad de la explotación está garantizada mientras que aquí si cortamos un pino en Valsaín es una barbaridad por mas certificación que tenga el bosque. Todos tranquilos.
La sostenibilidad de la vida en el planeta necesita una reconsideración. El desarrollo capitalista y los procesos de industrialización hicieron grandes a las ciudades a costa del mundo rural, que permaneció siendo rural y pobre. El proceso de sostenibilidad está volviendo a hacer aun más grandes los países ricos y las ciudades a costa de los países pobres, cuya población se ve obligada a migrar, y de un mundo rural abocado a su desaparición. Es la nueva lucha de clases.