Cada 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Este año el tema escogido se centra “en la conexión de las personas con la naturaleza, y nos anima a que salgamos al aire libre y nos adentremos en la naturaleza para apreciar su belleza y reflexionar acerca de cómo somos parte integrante y lo mucho que de ella dependemos. Nos reta a descubrir maneras divertidas y apasionantes de experimentar y promover esa interrelación”, como recoge la página oficial.

Foto: Juan José González Prieto
De todos es bien conocido el papel de los bosques como pulmones verdes que filtran y regeneran el aire. Y su eficacia como sumideros del CO2 que producimos en exceso, atrapándolo en forma de madera, para contrarrestar el calentamiento global. Su papel protector del suelo, que sin árboles que lo anclen se pierde y acaba en lagos y ríos, de forma lenta y progresiva o en forma de riadas de lodo. O su contribución al equilibrio hidrológico de las cuencas manteniendo la buena calidad del agua, reducción de los sedimentos en las masas de agua (humedales, estanques y lagos, arroyos y ríos) y su papel como filtro de otros contaminantes. Las masas arboladas albergan además una gran biodiversidad, regulan la variación local de temperatura… Con todos estos beneficios, nadie pone en duda el papel crucial de los bosques para la salud del planeta.
Sin embargo, son menos conocidos los beneficios directos que los espacios verdes tienen sobre nuestra propia salud, pese a que cada vez más estudios lo apuntan. Un valor añadido de la Naturaleza que conviene resaltar. Y es precisamente esta faceta más novedosa, pero no menos importante, la que se pretende destacar el lema de del Día Mundial del Medio Ambiente de este año, promovido por Naciones Unidas. «Conectar a las personas con la naturaleza».
Sin embargo, nuestro estilo de vida cada vez más ajetreado hace que pasemos poco tiempo en espacios «verdes y azules», a los que se atribuyen esos efectos saludables. Bosques, parques urbanos, zonas marítimas, masas de agua y regiones silvestres tienen la virtud de aquietar la mente. Algo que de manera intuitiva muchas personas han experimentado. «No es necesario un gran esfuerzo para que surja la conexión con la naturaleza y, una vez despierta, la pasión por ella durará toda la vida», resalta el naturalista David Attenborough al PNUMA durante una entrevista con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente. Y no solo la pasión, también los beneficios.
Cuanto más verde es el entorno en el que vivimos, menos frecuentes son las enfermedades cardiovasculares y pulmonares, diabetes, o males de nuestro tiempo, como la depresión o los trastornos de ansiedad. Incluso los trastornos mentales son más propensos a aparecer sobre el asfalto que en el medio rural. Por el contrario, tener menos naturaleza alrededor acelera el envejecimiento, según un estudio de la socióloga Jolanda Maas, del Instituto EMGO de Ámsterdam.
Conectar con la naturaleza. Los espacios verdes y azules son también un amortiguador de las repercusiones del estrés en la salud
En Japón, por ejemplo, los médicos recomiendan paseos por el bosque para reducir el estrés, un mal de nuestro tiempo que acorta los telómeros, una especie de relojes biológicos situados al final dos cromosomas que, en función de su longitud, determinan nuestra edad biológica. Algo que demostró hace tiempo la Premio Nobel de Medicina Elizabeth Helen Blackburn.

By Hillebrand Steve, U.S. Fish and Wildlife Service [Public domain], via Wikimedia Commons
Y es que, como muestra su trabajo y otros muchos, la proximidad de la naturaleza alarga la vida. La luz natural, el sonido de los pájaros o el susurro de las hojas mecidas por el viento tienen efectos relajantes, que repercuten también en la salud mental, porque el peor enemigo de nuestras neuronas, es el estrés. Los más pequeños, también se benefician del contacto con la naturaleza. Veinte minutos de carreras por un parque o entorno verde mejoran la atención de niños con hiperactividad, un trastorno cada vez más frecuente. También su vista mejora cuando pasan más tiempo al aire libre que frente a la tablet.
Todos estos beneficios que ahora están saliendo a la luz de forma científica, han estado siempre en el saber popular. Y un defensor de ellos fue nuestro Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal. Sentía pasión por la naturaleza desde pequeño, como reflejó en muchos de sus escritos. Y a ella acudía en momentos de fatiga. Lo dejó escrito en “Recuerdos de mi vida”.
“Durante el otoño e invierno de 1899, mi salud dejaba harto que desear. Invadiome la neurastenia, acompañada de palpitaciones, arritmias cardíacas, insomnios, etc., con el consiguiente abatimiento de ánimo. Semejantes crisis atacan frecuentemente a las personas nerviosas fatigadas. Todo mi afán cifrábase en disponer de quinta modesta y solitaria, rodeada de jardín, y de cuyas ventanas se descubrieran, de día, las ingentes cimas del Guadarrama”: Una quinta que hizo construir en la zona de Cuatro Caminos, entonces a las afueras de Madrid. Y prosigue: “Allí, lejos del tumulto cortesano, trabajaría a mi sabor durante los meses estivales, rodeado de árboles y flores. Allí, sumergido en aquella calma sedante, aplacaríanse mis nervios y tejería en paz la tela de mis ideas. (…) Una vez más triunfó el mejor de los médicos: el instinto, es decir, la profunda vis medicatrix. Luego de instalado con la familia en la campestre residencia, mi salud mejoró notablemente. Al fin alboreó en mi espíritu, con la nueva savia, hecha de sol, oxígeno y aromas silvestres, alentador optimismo. Y, por añadidura, llovieron sobre mí impensadas satisfacciones y venturas».