El biólogo e ingeniero de montes Luis Gil, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid y miembro de la Real Academia de Ingeniería, impartió una conferencia, el pasado lunes 15 de abril en el Ateneo de Madrid, para aportar pruebas de que este género de árboles ha estado presente en España desde hace millones de años.
En la actualidad los pinos tienen “mala prensa”, aunque infundada. El biólogo e ingeniero de montes Luis Gil, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid y académico de la Real Academia de Ingeniería, impartió una conferencia el pasado 15 de abril, en el Ateneo de Madrid, para ilustrar cómo este género de árboles ha estado presente en España desde antes de que nuestro país tuviera ese nombre: hace millones de años. De hecho, aunque todos los pinos parezcan iguales, en España hay siete especies distintas. Una de ellas, el pino canario, adaptada al terreno volcánico de las islas, es capaz de rebrotar tras un incendio.
“En los tiempos actuales se niega que los pinares tuvieran una gran importancia en el pasado». Como alumno de Ciencias Biológicas aprendí en 1976, en las disciplinas de Botánica, Geografía Física y Fitosociología, que la mayoría de los pinares, excepto los de alta montaña, habían sido plantados por los ingenieros de montes mediante las repoblaciones de la dictadura de Franco. En un contexto de alumno inmaduro y abierto a toda novedad acepté la idea como una verdad absoluta que no necesitaba ser demostrada dados el prestigio y la excelencia de quienes la emitían”, explica Luis Gil.
Unas afirmaciones que se han ido transmitiendo en el ámbito académico sin cuestionarlas. “En el ámbito divulgativo y también en el académico, se dice que los pinos han desplazado a la vegetación primigenia, que si son alóctonos, que si acidifican el suelo, que si dependiendo de dónde tienen carácter invasor, que si favorecen los incendios forestales…”, resalta el profesor Luis Gil.
Se trata de un error, sostiene, que empieza en las primeras etapas de la educación, debido a que los licenciados en biología, como él mismo, lo han aprendido en la Universidad. “No creo que haya otro país de Europa que haya atacado de forma tan inmisericorde a un género del reino vegetal como a los pinos, a excepción del eucalipto”, destaca.
¿Son autóctonos sí o no?
La prueba de más peso viene de los registros de polen en estratos antiguos de turberas, o el registro fósil, o los estudios de biogeografía, que confirman la presencia generalizada de los pinos en la Península desde hace millones de años. Una de las obras de referencia: Paleoflora y paleovegetación de la Península Ibérica e Islas Baleares (2012), del biólogo y palinólogo José Carrión, de la Universidad de Murcia que coordina y publica en 2012, cuestiona la denominada vegetación potencial ibérica, que es la base de la RED NATURA 2000 y la que pone en cuestión el carácter autóctono de los pinos. “En este país prevalece la opinión sobre el conocimiento”, lamenta el profesor Gil, en referencia a la citada vegetación potencial ibérica.
Más pruebas de la presencia de pinos antes de las “denostadas repoblaciones”: “basta acudir a la ignorada Clasificación General de Montes Públicos de 1859 (reeditada en 1990), donde se estiman en 2.178.849 las hectáreas de pinares dispersas por todo el territorio ibérico; eso si, salpicados de rasos y calveros”, destaca el biólogo Luis Gil.
Finlamente, la cultura y toponimia también dan fe, desde la teradición, de la presencia desde antiguo de estos árboles. Son numerosas las palabras que se utilizan o describen lugares de nuestra geografia cuya voz es un derivado romance de los pinos en castellano (Pinar, Pinedo, etc.), gallego (Piñeiro, Pindo, etc), valenciano (Pinet) o catalán (Pi), como también del empleo de la resina o pez que se utilizó en tiempos medievales, Peguera o Peguerinos en castellano, para la obtención de pez y Espalmador (en catalán) para el calafateo. Pero permanecen desconocidos los que derivan de lenguas previas, como los que siguen: Lérez, Cerler, Teide, Tiétar, Valsaín, Sapo o Sisapo (la antigua Almadén). Todos significan pinar”. Argumenta el profesor Gil.
Incluso una palabra de uso frecuente, como empinado, hace referencia a la prensencia de los pinos, aunque la Real Academia de la Lengua no lo recoge, que seja Luis Gil. El verbo empinar es una formación romance con prefijo en, del latín in, y el adjetivo pino (muy derecho, muy pendiente), a su vez, una forma obtenida del sustantivo pino, árbol enhiesto y derecho. El sustantivo pino viene del latín pinus, con el mismo significado, posiblemente vinculado, porque está repleto de resina, a una raíz el indo europea pei- (ser gordo o hinchado). De ahí también las palabras piña, piñón y el verbo apiñar. Por tanto, laderas empinadas puede significar, además de laderas con gran pendiente, laderas con muchos pinos… Aunque la RAE no lo recoja, porque tal vez cuando se incorporó al diccionario, en las laderas ya no quedaban pinos.