Casi un tercio del planeta está cubierto de bosques. Es bien conocida la labor de los espacios forestales como sumideros de carbono. Sin embargo es menos conocido el efecto amortiguador que tienen sobre el cambio climático.
Su capacidad para secuestrar el CO2 y otros compuestos presentes en la atmósfera, como el ozono, que contribuyen al efecto invernadero, hace que jueguen un importante papel también como atenuadores del cambio climático. Igual ocurre con la cubierta vegetal, que al reflejar la radiación solar disminuye la temperatura en varios grados, y ayuda a frenar el calentamiento global.
Con el calentamiento global, los fenómenos extremos serán cada vez más frecuentes. De nuevo los bosques tienen un papel fundamental para reducir la erosión del suelo por lluvias y evitar inundaciones.
Sin embargo, estos beneficios están condicionados por el tipo de masa, como explica Enrique Doblas Miranda en Investigación y Ciencia (El bosque mediterráneo ante el cambio global). Y destaca que la ola de calor de 2003 en Europa demostró que la existencia de una mayor cobertura vegetal en la región mediterránea generaba el efecto contrario, debido a la evapotranspiración. “Al reducir la vegetación la cantidad de agua almacenada en el suelo, este pierde la capacidad de enfriamiento, y aumenta la temperatura de su superficie”. Un efecto que paradójicamente empeora las consecuencias de los fenómenos climatológicos extremos, señala.
Por eso, es fundamental la forma en que se gestionen los bosques. Los bosques continuos, sin gestionar, aumentan el riesgo de incendio, liberando una gran cantidad de CO2 a la atmósfera. De igual forma, un bosque degradado por falta de gestión es más vulnerable a las invasiones biológicas.