El documental «100 días de Soledad», dirigido por José Díaz y producido por Wanda Natura se estrena en cines el próximo 16 de marzo. Ha sido finalista en los “Oscar del cine de naturaleza”, el Jackson Hole Wildlife International Film Festival.
A modo de introducción, la presentación de la productora: «José Díaz encontró en el Parque de Redes las puertas de un paraíso íntimo. Fue hace diez años cuando localizó una cabaña que le abrió las veredas de uno de los parajes donde seres humanos, fauna y vegetación mantienen suscrita la vieja alianza del equilibrio y del respeto. Ese fue el misterio que atrapó a José Díaz. Y no quiso preservarlo para sí. Jornadas de caminata, silencio y espera, entre la nieve, la umbría de los bosques o las praderas de pastos permitieron a este fotógrafo y naturalista dar con el secreto de la armonía de un territorio próximo al cielo. El enigma que Díaz encontró en los altos territorios de la montaña asturiana ha quedado materializado en esta película en las que todas las imágenes han sido rodadas por él mismo durante los 100 DÍAS DE SOLEDAD«.
Una película con una fotografía de gran belleza que nos invita a la meditación, «a tomar conciencia de la realidad, a reflexionar sobre quiénes somos y cómo nos relacionamos con nuestro entorno. La soledad y la naturaleza son vínculos fundamentales para encontrar la esencia de uno mismo».
Aficionado a la naturaleza desde pequeño, José Díaz dirige una empresa de construcción, interiorismo y decoración en Oviedo. Sin embargo, la montaña es para él algo muy importante, casi vital. Con él hemos hablado para que nos cuente algunos detalles del documental.
¿Qué supone para ti el contacto con la naturaleza? – La vida al ritmo de la ciudad es imposible de sobrellevar si no tienes alguna válvula de escape como la naturaleza. Para mí es indispensable estar en la montaña porque me permite afrontar la semana con alegría. Para no interferir con la vida familiar voy al monte un día por semana, los viernes. Trabajo intensamente de lunes a jueves para dejar libre ese día. El sábado y el domingo estoy en casa con mi familia.
¿La mejor sensación de tu estancia durante esos 100 días? – Uno de los momentos más especiales fue el primer día que filmé un lobo. Además, con vídeo es más complicado que con la cámara, porque tienes que asentarlo bien, montarlo, y requiere ajustes que te hace perder mucho tiempo … Los avistamientos del lobo son muy esporádicos y fugaces. También alguna puesta de sol, en especial una en la que parecía que le cielo se quemaba.
Por lo que cuentas y lo que vemos en el documental, tenías mucho trabajo que hacer cada día… – Seguía una rutina para conseguir hacer todo lo que he hecho. Me levantaba antes del amanecer, soltaba las gallinas y me ponía en camino durante de 3 o 4 horas para llegar al punto donde iba a filmar durante otras dos horas. Y luego 3-4 horas de camino de regreso. A la vuelta, hacer las labores domésticas. Cocinar, lo primero, porque no comía hasta volver para evitar llevar peso, aunque desayunaba muy bien. Después, dar comida al caballo, que estaba a medio kilómetro de la cabaña; limpiar el gallinero, lavar, escribir, cargar las baterías… Al final, me acostaba siempre muy tarde.
Dormías poco entonces… – Unas cinco o seis horas diarias.
Con ese ritmo de trabajo, el esfuerzo de transportar el equipo de grabación y tantas horas de caminata diaria, perderías peso… – Es la única vez que he perdido peso, 8 kilos. No fui consciente de ello, porque la ropa de montaña es muy ajustada y elástica. Solo fui consciente cuando me lo dijo mi familia al regreso. Tampoco tenía espejo para mirarme. El equipo de grabación pesaba unos 25 kilos, era un gran ejercicio transportarlo cuesta arriba. Pero físicamente me sentía en el mejor momento de mi vida.
¿Cómo surgió la idea de pasar 100 días en soledad en el Parque Natural de Redes? – Son casualidades, no era una idea. Suelo ir a la cabaña todo lo que puedo, pero por las responsabilidades no más de cuatro o cinco días seguidos. Y en esta ocasión di con el productor, me hice amigo de él y me brindó la oportunidad.
Resumir cien 100 días en los 90 minutos del documental debe ser difícil… – Fue lo más complicado, porque las imágenes seleccionadas no llegan ni al uno por ciento de lo grabado. Tengo más de 300 horas de grabación. Las elegí yo mismo, haciendo cinco cribas diferentes, donde iba reduciendo sucesivamente el material. Tenía muchos planos que quería incluir y a última hora tuvimos que prescindir de ellos.
Una curiosidad, ¿por qué tantas escenas de la ducha al aire libre si había que reducir tanto? – Eso fue decisión del montador, no lo hice para lucir cuerpo (ríe). Para mí la ducha después de un día tan duro era un placer. Y filmé los distintos momentos en que la tomaba: lloviendo, nevando, de noche… Era una ducha con agua a 3 o 4 grados, bastantes menos que el agua del Cantábrico. Después de excursiones duras como las que hacía, darte una ducha fría es bueno; es el tratamiento que hacen los deportistas de élite, con baños de hielo.
¿Qué vais a hacer con el material sobrante? – Nos plantean hacer una serie de capítulos. Ya veremos… Si nos cubren al menos los costes de montaje de los capítulos, podría ser, pero en algunas ofertas no cubría ni eso…
Admirador de Félix Rodríguez de la Fuente
¿Te sentías como Félix Rodríguez de la Fuente allí en medio, en busca de animales para filmar? – Ya me gustaría parecerme un poco a Félix Rodríguez de la Fuente. Soy un gran admirador suyo, y más aún porque soy muy amigo de su hija Odile. La conocí en Redes, en una visita en la que le hice de guía. Ella me impulsó a meterme en el documental. Cualquier persona con más de 30 años se acuerda de Félix. ¿Quién no vio “El hombre y la Tierra”? Era una serie que sentaba a toda la familia frente al Televisor. Ya no se hacen cosas así. Una pena. Impresiona cómo hizo documentales de tal calidad, con los pocos medios que había entonces.
Tal vez por eso muchos de nosotros nos sentimos atraídos por la naturaleza… –Aquí en Asturias la naturaleza o te gusta mucho o pasas de ella. En mi caso, desde pequeño fui a la cabaña de un tío mío, y me gustaba hacer seguimientos de la fauna salvaje, y más tarde fotografías. Disfruto de la naturaleza y quizá por eso soy de los pocos que no necesito viajar. Hace 25 años que no salgo de aquí de Asturias.
La banda sonora del documental va muy bien con el paisaje, ¿quién la ha compuesto? Está compuesta por mi hijo Pablo. Es lo que le gusta, aunque estudia Marketing y Comercio. Desde el principio nos planteó hacer él la banda sonora. Compone y toca instrumentos de cuerda y el piano. Es la persona que más me conoce, que más ha convivido conmigo en el monte, le gusta la naturaleza y conoce el lugar. Uno de los momentos más emotivos fue cuando escuché una de las primera canciones que había compuesto y puse alguno de los vídeos de fondo.
¿Eras autosuficiente? El planteamiento era ser autosuficiente, pero cuando fui consciente del trabajo que supondría salir a grabar a diario, llevé algo de comida extra, tres sacos pequeños de legumbre y unas cuantas latas. En muchas de las ocasiones que bajé material de grabación al punto de intercambio, dejé huevos y unos 400 kilos de patatas, en total. Yo comí entre 60 y 70 durante los 100 días que estuve en la cabaña. El primer plato que me comí con las patatas que había cogido, fritas con los huevos de las gallinas, me pareció tan estupendo que no sabía si lo estaba soñando. Cocinaba con leña. Cuando tenía que hacer cosas más rápidas, utilizaba un hornillo de gas. Para la grabación del documental puse placas solares, que antes no tenía, para poder cargar las baterías, y tenía también un ordenador para revisar las imágenes y archivar las definitivas.
¿Qué es lo que más te ha costado en esos 100 días de soledad, estar sin hablar, no tener a tu familia…? – Dejar la familia, mi hijos, que aunque son mayores tienen dependencia de los padres. Ha sido duro, pero no más que otras situaciones de la vida, ¿quién no tiene que sacrificarse en el día a día? Allí además acusaba el esfuerzo y el frío.
La soledad
Dices en la película: “No echo de menos casi nada de lo que dejé en la ciudad. Ni siquiera me acuerdo de mi trabajo. Es como si no hubiera tenido nunca otras tareas distintas de las que ocupan aquí mis días. La mayoría de la gente a la que conozco también ha desaparecido de mis pensamientos. Se difumina incluso mi familia más cercana”. – A los 20 días de estar allí, pensaba que llevaba toda la vida. Me asustaba ser consciente de que por mi cabeza no pasaba nada más que lo que vivía día a día y mi familia. No echaba de menos el coche, la tele, la radio, el ordenador… Nada.
¿No te costó desengancharte del móvil que llevamos a todas partes? – No tengo móvil, ya estoy desenganchado. Solo tengo uno de emergencia, que no llevo encima…
Esto que ahora nos parece un reto, en el pasado era la forma de vida habitual en algunos oficios, como la trashumancia… – En mi caso no es un reto, no tengo que demostrar nada a nadie ni a mí mismo. No me parece nada difícil estar solo en un espacio en el que estás cómodo y que conoces. Es mi sitio favorito. Y totalmente ocupado, como estuve, se pasa bien. Por eso un pastor o cualquier persona que tenga distracciones podría hacerlo. Pienso que la soledad no es ausencia de compañía humana, sino estar en medio de la ciudad con millones personas que no te conocen. Siento más la soledad allí.
Dices que el viento acrecentaba el sentimiento de soledad… – La cabaña está a 1.000 metros, pero en las salidas que hice para dormir fuera estaba a unos los 1.800 metros. El viento, en la alta montaña, donde no hay árboles y hay días de frío con rachas fuertes, te da sensación de soledad importante.
Los lobos
La escena del aullido de los lobos es bonita pero inquietante… – Para mí no es inquietante. El lobo es el animal más difícil de ver en Asturias, mucho más que el oso, saber que tenemos presencia del lobo y no verlo, te genera dudas sobre su presencia, que se disipan cuando aúllas y te contesta, entonces te das cuenta de están ahí. La sensación de aullar y que te contesten, me encantó.
El lobo ahora está de candente actualidad, con los intereses de los conservacionistas que parecen ir en contra de los de los ganaderos. ¿Qué opinas al respecto? – Soy un grandísimo defensor del lobo, pero no menos de la gente de los pueblos, yo creo que es importantísimo proteger al lobo pero también es muy importante compensar a quienes les genera daños. Y hacerlo en tiempo y forma, no tres años después. Tenemos que sacrificarnos y compensar a la gente a la que el lobo hace daño.
¿Este problema se ve igual desde el campo que desde la ciudad? – La visión del lobo cambia mucho cuando convives con la gente del pueblo. Es el animal más listo que existe, es una gozada ver sus hábitos, cómo él te observa e incluso te sigue. Cuando hago excursiones con raquetas de nieve, veo a la vuelta cómo sus huellas se han metido entre las mías, venía detrás, pero yo no le vi.
¿No es inquietante? – No un lobo no te ataca nunca, salvo que esté muerto de hambre o tú herido. Nunca tuve ningún problema. Con uno llegué a chocar físicamente y nunca sentí miedo.
¿Es tan fácil para los ganaderos defenderse del lobo como apuntan algunos ecologistas? – No es fácil defenderse del lobo. Para los ganaderos, mantener un perro en la montaña no es fácil, requiere más trabajo adicional: ir a alimentarlo donde está el ganado, educarlo … y meter el ganado en cercados eléctricos supone ir muy a menudo a la montaña para mantenerlo. El ganadero no solo tiene ovejas o vacas, también cuadras, tierras, familia … es posible hacerlo pero más complicado. Yo siempre digo que al final todo pasa por compensarle ese esfuerzo. Queremos tener lobos, pero hay que mirar también a los ganaderos, porque son una parte muy importante del territorio. Las montañas no serían como son sin la labor de agricultores y ganaderos.
¿Para comprender esto, hay que vivir en un pueblo integrándose en las labores diarias de los ganaderos? – Eso haría cambiar la visión a mucha gente. En Asturias el término ecologista está muy mal visto, porque para la gente de los pueblos es una persona muy formada pero que nunca tuvo experiencia en el campo. Y esa experiencia para mí es absolutamente vital. Conozco a mucha gente con poca preparación que no es biólogo, veterinario o ingeniero y saben mucho más que estas personas, si solo estuvieron en un despacho. Hay que hablar con la gente del campo. Hay una desconexión y falta de transmisión total. Nunca vi a la Administración hablar con la gente, desde que tengo uso de la razón y voy a la montaña.
Volviendo al documental, ¿repetirías la experiencia? – Al principio tenía claro que no, y ahora dos años después, creo que sí.
¿Que echas de menos de aquella experiencia? – Si digo que echo de menos todo, igual se enfadan conmigo las personas cercanas. Esa experiencia en soledad con la naturaleza alrededor te aporta mucho, te hace ver la vida de otra manera, diferenciar lo necesario de lo que no lo es. Allí, con tan poco eres feliz y no echas de menos nada, te acostumbras a no conducir, a no oír música, ni una radio, no tener información de lo que pasa en el mundo. Y vives más feliz que viendo los telediarios o la prensa, porque no hay día que no haya una desgracia. En la naturaleza volvemos a nuestros orígenes y las cosas son distintas, transcurren a un ritmo diferente.