Vestido con bata blanca, Manuel de Luque podría parecer uno de tantos sanitarios qué están combatiendo sin tregua al coronavirus ya sea desde el laboratorio o, al pie del cañón, en la atención directa a enfermos. Porque el virus que causa el COVID-19 es un asesino en serie que se ha cobrado ya más de 25.000 vidas en nuestro país y casi 300.000 en todo el mundo.
Su mejor arma es el sigilo con el que actúa a la hora de propagarse, ya que puede estar emboscado en cualquier persona, sin que esta manifieste ningún síntoma pero con capacidad de contagiar. De ahí la importancia de poder detectarlo de forma fácil y rápida para detener su letal expansión.
Y eso es precisamente en lo que se afana Manuel de Luque. Pero lo curioso de esta historia es que Manuel no es sanitario, sino ingeniero técnico forestal. Sin embargo, en la imagen lleva una bata blanca muy especial, la de su padre, Luis de Luque Medel, pediatra, que falleció hace año y medio.
Aunque Manuel lleva la medicina en los genes por partida doble (su abuelo también fue médico), eligió ser forestal “por amor al monte, y porque es la profesión más bonita del mundo”, asegura. Pero ahora, ironías del destino, su profesión se acerca a la de su padre, cuya bata lleva como homenaje, en una época en la que probablemente le recuerde más viendo la abnegada labor de tantos sanitarios que están en el frente de batalla.