En 1816 el invierno fue más severo que de costumbre y arruinó cosechas en todo el hemisferio norte. Las lluvias fueron dos o tres veces más abundantes y la nieve cayó en países próximos al ecuador. Estas anomalías climáticas se extendieron hasta junio, el mes que marca la llegada del verano en el hemisferio norte y que aquel año nunca llegó. Continuar leyendo
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