12 citas con la montaña – enero
Mayte Minaya es ingeniera de Montes. Le encanta la Montaña. El año pasado escaló en junio el glaciar Galdhopiggen, el monte más alto de Noruega, de 2.469 metros. Este año repite experiencia en otro glaciar próximo, también noruego, el Glittertind, la segunda cumbre más alta, con 2.465 metros, cuatro metros menos que el Galdhopiggen.
Por coronar el pico más alto de Noruega, Mayte (Marruecos, 1961) ha salido en todos los medios de comunicación. Y ¿Por qué, si lo hace mucha gente? Porque Mayte ha perdido casi totalmente la visión a causa de una gran miopía que se complicó con degeneración macular y rotura de retina.
Pese a su discapacidad visual, en junio del año pasado Mayte Minaya fue noticia al ascender, con otros cuatro compañeros ciegos o con discapacidad visual grave, al techo de Noruega. En total, 11,9 kilómetros de ascenso y descenso en 11 horas y 8 minutos, desde el campo base, con una pendiente máxima del 43,1 %.
“La experiencia es muy buena, cuando bajas y estás de vuelta en el campo base, tienes un subidón que te comes el mundo. He encontrado gente estupenda en la montaña, ciegos, discapacitados visuales, guías, todos”, explica Mayte, mientras tomamos un café. A sus pies, muy tranquila, Candy, su perra Guía.
Candy es también una apasionada de la montaña, como su dueña. “Cuando me ve coger las botas, ya está dando saltos y se pega a mí esperando que la lleve. Le encanta, disfruta mucho. Si no puede venir, lo pasa fatal. Cuando vienen a buscarme sale disparada al abrir la puerta, dispuesta a subirse al coche la primera”, comenta Mayte.
La afición de Candy por la montaña no es casual. “Me la escogieron. Es de Estados Unidos. Al solicitar perro guía te preguntan preferencias y tienes que especificar cómo es tu día a día. Candi se crió en una familia con niños pequeños que eran scouts. Por eso pensaron que era ideal para mí por mi afición a la montaña”.
Mayte le da órdenes en inglés a Candy, pero indica riendo que ya va entendiendo castellano. ”Estamos muy compenetradas, aunque tenemos nuestros días”, matiza con ironía. “Es una ayuda estupenda, me ha dado una libertad y una movilidad muy grande. Hace poco, cuando iba a Madrid en metro, se acercó un señor para decirme que le parecía increíble cómo me había guiado al interior del vagón”.
Candy lleva un cartel en el arnés que advierte que está trabajando: “No me toques”. El motivo, explica Mayte, es que recibe montones de caricias, “que le encantan” pero la distraen de su cometido. Una labor de guía que hace a conciencia. “Su obediencia es inteligente. Cuando cambiamos de ruta se para y tengo que convencerla de que no me he equivocado”, explica Mayte. Y ante algún obstáculo inesperado en el suelo, se tumba para que impedir el avance de su dueña.
De vuelta a las aulas
Mayte dejó de trabajar hace 5 años, después de 25 años de actividad profesional. Su pérdida progresiva de visión, que ya había empezado a notar desde la Universidad, la había llevado a una situación muy complicada en el trabajo, confiesa. Cada vez se restringían más los cometidos que podía realizar, pese a la ayuda de sus compañeros. Tuvo que dejar el trabajo de campo, una de las cosas que más le gustaban. “Sentía gran impotencia. Llegó un momento en que el médico me aconsejó que lo dejara, porque el estrés que me generaba enfrentarme al ‘no puedo’ diario, me iba a costar la pérdida del resto de visión residual que me quedaba”.
Finalmente, optó por seguir el consejo de su médico y dejó de trabajar. “El primer mes estás a gusto sin obligaciones. Pero el segundo ya no no tanto, sin nada que hacer. Empecé a aprender braille, y a perfeccionar idiomas, inglés y francés. Pero sentí la necesidad de hacer algo más. La casa se me caía encima, la cabeza da muchas vueltas pensando… Estuve también en la junta directiva de la Asociación del Perro Guía y me planteé hacer Psicología en la UNED. En principio me hubiera gustado hacer algo más técnico pero pensé que lo tendría más complicado. Y la psicología te ayuda a comprender muchas cosas. Llevo dos años”.
En el bolso lleva un MP3 con los temas del próximo examen de Psicología, una carrera muy exigente en la UNED, de la que se sale muy bien preparado porque se ve el temario completo de todas las asignaturas, a diferencia de las carreras presenciales. “Así puedo ir estudiando en el metro o el autobús”, además de estudiar en casa.
Los compañeros de estudios también ayudan, señala. “Estoy en grupos de Facebook de las asignaturas y me pasan resúmenes de las clases, que te ayudan a centrarte en el temario. Estoy contenta. Estudiar Psicología es una forma de tener un objetivo a medio plazo. Soy todavía joven para estar jubilada”.
La montaña: su pasión
Además de ser alumna de la UNED, Mayte también es docente del Curso Superior de Montañismo para Ciegos y Adaptado de la Fundación UNED, para llevar discapacitados visuales a la montaña. Con este grupo hicieron la escalada al glaciar noruego al año pasado como prácticas y preparan ya la de este año. “Vamos profesores, alumnos y voluntarios con gran experiencia en guía de invidentes. El objetivo es formar personas que sepan guiarnos en la montaña. No es muy complicado, pero tiene una técnica y maniobras especiales que hay que aprender”.
“Vamos con una barra de tres metros de longitud que sirve de guía y equilibrio. Delante va un guía, en medio la persona que no ve y detrás otra persona que hace de timón, que puede ser vidente o con alguna discapacidad visual o auditiva. Además nos ayudamos de un bastón, para no perder el equilibrio, porque no sabes dónde pisas”.
La preparación para ese reto la hacen en la sierra de Madrid. Este año ha sido bueno, “porque hay nieve y días de viento, dos condiciones que van muy bien para el entrenamiento de la subida al glaciar”. La Morcuera es un buen lugar de entrenamiento, explica.
Dejar la montaña se había convertido en una renuncia importante para Mayte hasta que encontró el Grupo de Montaña de la ONCE, que de nuevo le permitió retomar esa afición. «Hacemos salidas todos los meses con el grupo. Pertenece también a Bukaneros Solidarios, una asociación abierta a los deportistas con discapacidad, especialmente visual y auditiva.
Ahora hace salidas casi todos los fines de semana y una vez al año, alguna expedición. “La montaña me da mucho, es muy especial, cuando estoy allí me encuentro conmigo misma. Te cambia todo por dentro, te mueves, haces cosas, una maravilla. La montaña es donde quiero estar”.
Explica que la gente no siempre entiende bien lo que aportan esas salidas: “Nos preguntan qué hace un ciego en la montaña. Disfrutarla no es algo restringido sólo a la vista. Las sensaciones entran por todos los sentidos. No lo ves, pero lo sientes: el sonido, los olores. Y vas con los compañeros que te explican el paisaje. No paramos de hablar. Al final tienes una relación muy buena con las personas que comparten la barra y salen temas de todo tipo mientras caminamos”.
Y al final del camino y del esfuerzo, la recompensa, “el subidón” al que se refería Mayte al principio. “Cuando llegas arriba piensas que lo has conseguido, estás allí. Pero luego vienen los nervios, porque hay que bajar. Subir es más fácil. Bajar se lleva peor, porque cuesta más, puedes tropezar con más facilidad. Forma parte del reto”.
Un reto que la ha llevado a coronar los picos más altos de la Península, como el Aneto o el Mulhacén. Madre de tres hijos de 27, 24 y 16 años, ninguno ha heredado la afición por la montaña, ni por la ingeniería de Montes, carrera que Mayte comparte con su marido, también ingeniero de la misma especialidad.
Pese a las renuncias que la pérdida de visión han traído consigo, Mayte se siente afortunada. “La gente me pregunta si me he dado un golpe en la cabeza cuando digo que me siento agraciada. He tenido un problema muy gordo, y hubiera preferido no pasar por él, pero he conseguido hacer muchas cosas. Me siendo afortunada por ello. Otras personas no tienen esa oportunidad. Además, he conocido a gente estupenda alrededor de la montaña”, reflexiona.
Su entereza y afán de superación ha calado hondo en sus hijos. “Uno de ellos me dijo que conmigo había aprendido que de todo se sale, por difícil que sea. Que aunque se te caigan las paredes encima, hay que intentar buscar un hueco para salir. Me encantó que me lo dijera. Y pensé que si se lleva ese aprendizaje de mi experiencia, es estupendo”.
Guiadas por Candy, nos dirigimos al Castillo de Villaviciosa de Odón, que fue durante un tiempo sede de la Escuela de Ingenieros de Montes. En Villaviciosa Mayte es todo un referente. Y como reconocimiento la entregaron un cuadro en relieve del Castillo. “Me sentí muy orgullosa. Ellos no sabían que había sido el origen de la Escuela de Ingenieros de Montes. Yo se lo expliqué. Fue para mí muy especial recibir ese recuerdo”.
Ironías del destino. Mayte eligió ser ingeniera de Montes por casualidad. Su futuro se fraguó durante una protesta estudiantil justo antes de hacer la selectividad. El encierro que hicieron en el instituto, para obtener algo que ya ni recuerda, dio para mucho. El aburrimiento la llevó junto a otros tres compañeros a buscar carreras que podrían estudiar. Ella pensaba en biología. No sabía que existía Ingeniería de Montes. Cuando lo descubrió no dudó que aquello era lo suyo. Los otros tres compañeros optaron por la misma elección.
Hoy, después de abandonar su trabajo de muchos años en el INIA y previamente en la Diputación de Guadalajara y el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo, conserva su pasión por la montaña, las ganas de aprender cosas nuevas y el afán de ayudar a otras personas como futura psicóloga y con su ejemplo de superación.
Para saber más de Mayte Minaya:
Reaprender las cumbres a ciegas (ABC, 30/05/2017)
Mayte Minaya, un ejemplo de superación