Covid-19, una cuestión de salud global

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En la lucha contra el coronavirus, los esfuerzos en investigación por sí solos no son suficientes. Al planificar, hemos de tomar en cuenta las complejas interconexiones entre las especies, los ecosistemas y la sociedad humana.

La Organización Mundial de la Salud calcula que alrededor del 60 por ciento de los virus que afectan a las personas proceden de los animales. Y que el 75 por ciento de las enfermedades infecciosas nuevas que aparecieron en la última década son zoonóticas.

La forma pandémica del VIH (virus de inmunodeficiencia humana), el agente causante del SIDA, surgió así, pasando de monos a chimpancés y, después, de chimpancés a humanos. Se cree que la transmisión de este virus entre especies debió producirse en más de una ocasión (de ahí los distintos fenotipos del virus), probablemente asociado a sacrificio de primates para después destinarlos al consumo humano.

La última pandemia, que nos tiene confinados en casa, es el COVID-19, causado por el SARS-CoV-2, un coronavirus animal que ha «saltado» al ser humano causando un síndrome respiratorio que puede llegar a ser letal. Las primeras pistas lo relacionaban con un mercado de marisco en Wuhan, la provincia de China de 11 millones de habitantes que se considera el epicentro del brote. Sin embargo, ya no parece tan claro que ese fuera el origen de la pandemia. De lo que no parece haber dudas es que de nuevo su origen hay que buscarlo en alguna especie animal, como ocurrió con el VIH y otros dos coronavirus anteriores que dieron lugar a sendos brotes letales, aunque más localizados, denominados SARS (2002) y MERS (2012).

El coronavirus del SARS (SARS-CoV-1)es otro ejemplo de un virus animal capaz de “saltarse” la barrera entre especies y acabar infectando al hombre. Aislado en murciélagos, los análisis demostraron que el virus SARS-CoV-1 estaba presente en algunos animales silvestres, como las civetas, un pequeño carnívoro parecido a los gatos que se consume y se vende en los mercados chinos. Este virus respiratorio “viajó” en avión por todo el planeta y acabó infectado a miles de personas en más de 30 países en pocas semanas, con un balance de 8.500 personas infectadas, de las cuales fallecieron 800.

El MERS también estaba causado por otro coronavirus, estrechamente relacionado de nuevo con coronavirus aislados de murciélagos. Era un “primo” cercano del causante del SARS. El salto a los humanos se produjo desde los dromedarios, probablemente por la costumbre en Oriente Medio de beber leche cruda de los camélidos o incluso su orina. En total, infectó a 700 personas, de las cuales 200 fallecieron, con lo que el MERS superó al SARS ampliamente en letalidad (35%).

Siete años después, otro coronavirus ha saltado a nuestra especie. Procede también de los murciélagos, y está dotado de una gran capacidad de expansión y una mortalidad que varía según los países, y que puede llegar al 10% en personas mayores. Esta gran capacidad para expandirse (cada persona afectada infecta a otras tres) unida a la habilidad de este virus de pasar desapercibido en portadores asintomáticos capaces de transmitirlo, ha hecho que el número de fallecidos supere con mucho a los producidos por sus dos primos anteriores, causantes del SARS y el MERS.

El SARS-CoV-2, como ha denominado a este nuevo coronavirus, en tres meses ha dado la vuelta al mundo y ha puesto en jaque a los sistemas de salud de todos los países que ha visitado, provocando, como en los dos casos anteriores, síndromes respiratorios difíciles de tratar. Y la única forma de evadirnos de él ha sido recluirnos en nuestras casas, con un estado de alarma declarado y la paralización de la economía, como única opción  para defendernos de un enemigo invisible que ya ha matado a 81.000 personas en todo el mundo a día de hoy (8 de abril de 2020). Pero no será el último virus en ponernos en jaque, advierten los expertos.

Es probable que incluso el CoVid-19 pueda convertirse en un azote periódico como la gripe. Y aunque existe la esperanza de que se atenúe, no hay que descartar que pudiera obligarnos a un nuevo confinamiento domiciliario como única forma eficaz de combatirlo. Y si no es este, probablemente será otro, con «tácticas» aún más refinadas que los anteriores, incluido el CoVid-19.

Y es que, a caballo entre lo vivo y lo inerte, los virus son muy difíciles de combatir. Sin más equipaje que una hebra de material genético, en este caso ARN, guardada en una cápsula de proteínas, piratean nuestras células para multiplicarse y pasar a otras personas, lo que hace muy difícil luchar contra ellos sin provocar efectos colaterales importantes en los infectados.

Por eso, la investigación para hallar una vacuna o tratamiento contra el nuevo coronavirus, SARS-CoV-2, es una carrera contrarreloj que se apoya en gran medida en el conocimiento que se tiene de sus primos SARS-CoV y MERS-Cov, responsables de las epidemias anteriores por coronavirus. Se estima que en un año y medio pueda estar lista.

En una carrera frenética (a las pocas semanas de su aparición se conocían ya muchos de sus secretos, incluido la secuencia de genoma) se están estudiando también  las moléculas o mecanismos de infección del SARS-CoV-2 que pueden ser dianas terapéuticas interés. Entre ellas destaca la proteína S, que le permite al virus fijarse a la superficie de las células que ataca. Incluso el arsenal terapéutico esboza algunas mejoras, con fármacos empleados para otros usos que permiten el mejor manejo de los pacientes críticos.

Sin embargo, no todos los coronavirus son así de letales. A muchos los hemos “domesticado” y los albergamos cada inverno sin mayores problemas. Son los responsables del 40% de los catarros y trastornos digestivos leves. Y se han aislado en animales con los que convivimos, como perros, gatos, cerdos, vacas, aves, roedores, además de murciégalos y camellos.

Son los nuevos coronavirus, que viajan en avión en nuestro mundo hiperconectado, los que nos inquietan. Y es probable que en el futuro surjan periódicamente, por lo que los expertos demandan que no se escatimen esfuerzos económicos en el desarrollo de vacunas que puedan reconocer todos los virus de esta familia e inmunizarnos frente a los brotes futuros.

Pero los esfuerzos en investigación por sí solos no son suficientes. “Al planificar, hemos de tomar en cuenta las complejas interconexiones entre las especies, los ecosistemas y la sociedad humana”, advierten en la revista Investigación y Ciencia Nicholas A. Robinson, gobernador ejecutivo de la Comisión Mundial de Derecho Ambiental (WCEL), y Christian Walzer, director ejecutivo de salud del Programa de Conservación Global de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre.

“La salud de toda la vida del planeta está conectada. El brote de COVID-19 nos lleva contundentemente a recordar un hecho básico que no podemos ignorar: la salud y el bienestar de los seres humanos, de los animales, de las plantas y del medioambiente están conectados intrínsecamente y sufren en cada uno de esos casos el hondo influjo de las actividades humanas. La salud supone algo más que la ausencia de enfermedades infecciosas; ha de incorporar factores sociales, evolutivos y ambientales, y a la vez ha de tomar en cuenta las características y comportamientos individuales”, apuntan estos expertos.

Salud global

Robinson y Walzer abogan de forma urgente por un enfoque multidisciplinario que integre y dé medios económicos a expertos en la salud de los animales, los ecosistemas y los seres humanos. “¿Qué podemos hacer para prevenir la infección con el siguiente virus emergente? ¿Qué daríamos hoy por haber impedido la pandemia de VIH/sida, un lentivirus cuyo origen se ha atribuido al contacto humano con chimpancés y mangabéis grises infectados en el oeste de África?”, se preguntan.

Y recuerdan que los fenómenos zoonóticos en la interfaz de la vida salvaje y la humana no son nuevos, “los conocemos con los nombres de rabia, virus del Nilo Occidental, peste, salmonelosis, hantavirus o enfermedad de Lyme”.

En octubre de 2019, semanas antes de que apareciese la epidemia en China, la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre y el Gobierno alemán recomendaron que se actuase vigorosamente para fortalecer la salud global. Los principios de Berlín, para «un solo planeta, una sola salud, un solo futuro», establecen diez pasos prácticos, unas prescripciones para unas comunidades más sanas. Los Gobiernos de todos los países deberían adoptar esas directrices, concluyen.

Acerca de Pilar Quijada Garaballú

Gabinete de Prensa COIM
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